Thursday, December 17, 2009

Hoy La Caudilla confiesa que...

... confieso que, no hay por qué negarlo: tengo un paladar de perro.

No, o sea, de verdad. No soy nada refinada en lo gastronómico. Me hacen completamente feliz las grasas, las harinas, los carbohidratos, las calorías; y también, en menor medida y dependiendo del acompañamiento y textura y nivel de cocción, la carne. Aunque soy menos fan de la carne que, por ejemplo, de las harinas. No sé qué sería de mi mundo sin tortillas, bolillo y pan dulce. Y como los niños chicos, entre más elaborado y encopetado sea un platillo, más probable es que no me guste y lo deje con toda discreción.

No fui hecha para los refinamientos culinarios. De verdad, no lo presumo, en realidad me debería dar un poco de vergüenza.
Alguna vez pasé una Navidad en Inglaterra con una prima y, antes de que ella se dispusiera a abrir su botella del Gran Vino Caro y Fino, le dije, prima de verdad creo que no debes desperdiciarlo. Y te diré por qué: porque no lo voy a apreciar. No es mala onda, es que de verdad una persona como yo no aprecia éstas cosas, ni siquiera me gusta el vino; es más, sólo me gustan de verdad los licores dulces como el rompope y el Bailey´s; o el vodka con jugo de frutas, más jugo que vodka. Es más, a mí dame jugo de naranja diluido y dime que es alguna bebida espirituosa, apenas notaré la diferencia. Por mí los más grandes banquetes podrían reducirse a unas tortas de lomo, arroz rojo (¡delicioso!) y mole. Y lo mismo para los postres, dénme una carlota o pastel de chocolate sin envinar. Tampoco para el café soy buena: primero que nada procedo a inundarlo de leche y azúcar, entre menos sepa a café mejor (ya habrán adivinado que lo tomo solamente en casos de necesidad). Ni la cerveza. Cualquier cosa muy elaborada será, para hacer una analogía con la frase "caer en oídos sordos", digamos que será algo que "caerá en paladar hueco".

También mezclo las comidas, que es otra práctica de las que a veces hacen levantar la nariz con desprecio a los comensales encopetados. Mezclo, por ejemplo, el arroz con el mole, la sopa con el pollo. Sopeo el pan, y a veces también las tortillas. A veces por flojera me como las cosas frías, y aún así me hacen muy feliz. Es más, me gustan las pizzas frías. Al arroz le pongo catsup, o a veces mayonesa, o a veces ambos. Amo el catsup. Soy capaz de mezclar dulce con salado y de brincar de un bocado a otro entre sopas, carnes, guisados, o en un descuido hasta el postre; práctica que en opinión de mi maestra de Finanzas Internacionales (no recuerdo bien por qué salió éste tema en la clase de Finanzas Internacionales), es propia de mentes desordenadas y sin concierto. No dudo que así sea, pero simplemente, no me importa cuando, por ejemplo, tengo mucha prisa en las mañanas y me veo obligada a comer así.

¡Provecho!




2 comments:

  1. Con que josean no lea esto estamos bien hahahhahaa.... pero eso de paladar de perro no va acorde, digo las cosas que dijiste como el arroz con mole la torta de lomo etc etc., por mas pipiris nice que tengas el paladar son cosas que hasta los reyes católicos disfrutarían..... Digo de la variedad nace el gusto..... Me considero un pseudo cocinero y le hago la luchita a hacer cosas "refinadas" pero NADA en este mundo vence a la combinación de arroz con mole... aunque sean scargots al vino blanco

    ReplyDelete
  2. Lo que pasa es que, no me refiero a disfrutar cosas autóctonas, sino al hecho de que también me gusta comer desordenadamente, mezclándolo todo, (y quiero decir todo), mezclando tiempos de las comidas, parándome a hacer otra cosa y luego regresando a comer... jajajaja...

    ReplyDelete

Sé libre de lanzar tus ideas subversivas y revolucionarias contra el régimen caudillista: