Sunday, May 31, 2009

¿Quién es La Caudilla?

¿Escribe, quién? ¿Fuenteovejuna? ¿Dos o tres a una?...


?




Historias de librería.

Mi adicción (ok, es palabra políticamente incorrecta. Cambiémosla por "enganchamiento") por la lectura puede llegar a niveles peligrosos. Lo comprobé en Berlín; cuando me descubrí capaz de pasar tardes enteras, y quiero decir enteras, en una librería; alternando entre sentir un dolor terrible en los pies por tanto estar parada, y sentir un dolor terrible en la espalda por tanto estar sentada. Ajá, es que era una librería donde tenían su propia salita pa´quete sentaras a leer. Yo podía pasar dos horas parada, luego tres sentada. No me importaba ningún dolor, ninguna hora, ningún compromiso, cuando me encontraba leyendo algo interesante.

Tiempo después estuve en España, en una estación de autobuses. Entré a uno de esos puestos grandes de revistas y libros, Relay. Me encontré con ni más ni menos que el primer libro de Desmond Morris, "El hombre desnudo". Psicología evolutiva de la buena. Y empecé a leer y seguí leyendo. Como a los veinte minutos sentí una mirada insistente parada a mi lado. Volteo con toda la pereza del mundo y me encuentro con una mujer de pésimo humor. Claro, no se me ocurrió que fuera la dependienta. "No lo pensarás leerlo todo, ¿verdad?", me dice con pésima leche. (¡¡La leche!!). "Pues, no", le contesto. Y, como una tonta, siento la necesidad de añadir más. "Estaba terminando de checar éste parrafo", (olvido que los españoles no conocen la palabra checar, ni desean hacerlo jamás) "porque me sirve para unos estudios" (lo cual es parcialmente cierto). "Normalmente se pagan antes", me dice como se les dice a los retardados a quienes se odia. "Ah, vale", le contesto como ésos mismos individuos de capacidad mental limitada. No me quedó más remedio que dejar el libro ahí donde me había ella pillao (no era el lugar de donde lo tomé), y encaminarme a la salida. Malaleche todavía se da el lujo de añadir: "y normalmente se dejan los libros en su lugar". Yo hubiera querido añadir: "y la gente normalmente puede decir las cosas de buenas", o de plano recomendarle una dieta más alta en fibra, pero no soy tan valiente. Es una fortuna que no puedan llevarte preso por leer cosas sin permiso (hubiera sido convicta como desde los once años).

La anécdota viene al caso porque no pude sino compararla con lo que me sucedió en la librería Gonvill, en México. Figúrense una escena similar: llego, me encuentro con decenas de libros de Rius. Empiezo con uno y no puedo, simplemente no puedo soltarlo. Pasa media hora, una hora, tal vez hora y media. El dependiente (un chavo, dudo que mucho más joven que la del Relay) se acerca, me observa divertido y se aleja por un momento. Pienso que va a ir por el gerente para que me eche a la puerta, pero no. El dependiente vuelve a los pocos minutos.

Y trae un banquito, pa que me siente.


Ese dependiente no lo sabe, pero le hizo un favor enorme a su empresa. Porque a partir de ahora yo recomendaré Gonvill, y lo haré como así: "cuida las columnas vertebrales de los ratones de biblioteca desde (inserte año)".

Amo lo que viene siendo la consideración del empleado mexicano, cuando la tienen, claro.


Wednesday, May 27, 2009