Wednesday, February 6, 2013

La rara victoria de los Derechos Humanos



Mi contribución mensual a Revista Mujeres. Las ediciones pasadas, aquí: 
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=)



Hoy todo mundo habla de “Derechos Humanos”. Nos interesan los derechos humanos; lo confuso es que a veces, ambos lados de los debates contemporáneos más sensibles (clarísimo ejemplo es el aborto, o el choque entre el derecho a la privacidad y el derecho a la seguridad pública) dicen tener de su lado los Derechos Humanos. Dice A. Clapham que “hoy pasa muy poco tiempo antes de que un problema social, el que sea, se exprese en términos de derechos humanos”.

            Pero como sucede con toda repetición, amenaza con perderse de vista tanto el significado como el origen del concepto. Históricamente, se trata de una idea muy reciente. Hace apenas pocos siglos que surgió (unos dicen que con la Magna Carta en Inglaterra, otros que con la Revolución Francesa) la idea extraña de que yo puedo tener derechos inherentes, sólo por existir. Hoy en día hay controversia entre derechos que parecen chocar unos con otros, ejemplos abundan y nos dan tela para meses de debate: el derecho a la salud vía medicinas gratuitas contra el derecho a la propiedad intelectual; el derecho a la privacidad contra el derecho a la crítica pública… 
U otros que parecen plantear más preguntas de las que resuelven: Si yo tengo derecho a la alimentación, ¿significa que mi gobierno tiene la obligación de alimentarme?... Si tengo derecho a una casa, ¿quiere decir que alguien me la debe regalar, puedo exigirla?... (A un inglés se le ocurrió que no sólo debería haber derechos, sino también Obligaciones Humanas). 

Es mucho más sencillo cuando hablamos de prohibiciones absolutas; y hasta donde sé, sólo existe un ejemplo en el que todos los gobiernos del mundo, al menos de dientes para afuera, más o menos están medio de acuerdo: en Derecho Internacional, todos están de acuerdo en la prohibición absoluta a la tortura (con la pena de muerte aún no se logra el mismo consenso). Ahí es fácil porque lo único que el resto de la Humanidad tiene que hacer, es no torturarme. Pero cuando hablamos del derecho a la salud o a la alimentación, por superado que parezca, el tema es polémico porque entonces entra la pregunta de si alguien más debe darme los medios, o al menos la oportunidad de que yo me los gane con trabajo (y el derecho al trabajo es otro debate).



Aún más extraño es estudiar la historia de cómo los Derechos Humanos llegaron a existir por escrito. M. Mazower, en su artículo cuyo título parafraseé yo en el mío (The Strange Triumph of Human Rights), nos cuenta que no todo fueron buenas intenciones: en realidad los gobiernos, tras la Primera Guerra Mundial, empezaron a hablar de “Derechos Humanos” porque su intención era restarle importancia a los derechos de las minorías, que habían sido el tema hasta entonces – en la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin, y Europa en general, lo preocupante era el pésimo trato que se daba a muchas minorías. Pero el propio EUA (con su atroz segregación racial), y los países que poseían colonias (como Inglaterra), no querían que se les criticara su trato a las minorías; prefirieron hablar más vagamente de “Derechos Humanos”, creando una institución que tuviera un poder legal casi nulo (la ONU), y una Declaración sin “dientes” jurídicos. Hoy, sin embargo, este cambio tramposo puede haber sido un triunfo – pues hablar de Derechos Humanos en lugar de “minorías” nos permite ocuparnos, por ejemplo, de las mujeres y niños – que juntos forman una mayoría cada vez más consciente de sus derechos. 

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